La migración ocupa un lugar central en las relaciones trilaterales entre Europa, Estados Unidos y América Latina. Estas tres regiones han experimentado flujos migratorios significativos y comparten desafíos comunes que exigen una cooperación estrecha. La llegada de migrantes y refugiados ha generado en todas ellas intensos debates sobre integración, seguridad y derechos humanos. Aunque tradicionalmente se han considerado a Estados Unidos y Europa como regiones receptoras, las crisis políticas y económicas en diversos países latinoamericanos han transformado a América Latina en un punto de origen, tránsito y destino para diversos flujos migratorios.
En el contexto trilateral, la inmigración tiene implicaciones importantes en términos de seguridad, tanto a nivel local como global. Estas preocupaciones se intensifican con los flujos migratorios irregulares o masivos, que pueden sobrecargar los sistemas de seguridad y los servicios públicos de los países receptores. Si bien la mayoría de los migrantes buscan mejores oportunidades económicas y condiciones de vida, existen preocupaciones legítimas sobre el control de fronteras, el aumento del crimen organizado transnacional que ha hecho de las migraciones un lucrativo negocio, y en algunos casos extremos, el potencial riesgo de radicalización o la asociación con grupos violentos o bandas criminales que se ofrecen como ‘red de apoyo’ en momentos de altísima vulnerabilidad.
Sin embargo, el fenómeno de las migraciones masivas no puede ser controlado únicamente mediante represión, construcción de muros o políticas centradas exclusivamente en la seguridad y defensa tradicionales. La creciente brecha entre países desarrollados y en vías de desarrollo intensificará este fenómeno, aumentando el número de migrantes. No solo hay presiones para que las personas salgan de sus países; los países receptores (como lo demuestra el caso de Europa) también necesitan un mayor número de inmigrantes para compensar sociedades envejecidas y mantener sistemas de seguridad social que requieren la contribución de un alto número de trabajadores, donde además es necesario cubrir puestos de trabajo que no pueden satisfacerse con personal local.
La cuestión, por tanto, no es si aceptar o no la migración, sino cómo podemos canalizar los flujos migratorios para minimizar el riesgo de que se conviertan en una amenaza para la paz, la seguridad y la convivencia en los países receptores. En ese sentido, el desarrollo de una infraestructura social transnacional que contribuya a proteger los derechos de las personas migrantes, facilitar su integración y aliviar sus inseguridades, así como las de las sociedades de acogida, es vital para gestionar este fenómeno de manera integral y sostenible.
Es necesario analizar este tema tanto desde la perspectiva de las sociedades receptoras como de las personas migrantes, prestando especial atención a las amenazas a la seguridad, pero no utilizando el tradicional enfoque de seguridad nacional, sino una perspectiva más amplia basada en la seguridad humana. Esto implica priorizar una concepción de seguridad desde la perspectiva de las personas, entendiendo los factores que generan inseguridades y desarrollando políticas públicas para abordar estos desafíos. Asimismo, es crucial desarrollar capacidades institucionales que permitan afrontar con mejores medios la gestión de flujos migratorios, de manera que no supongan un gran problema social y se facilite la integración de las personas migrantes.
La historia de Orlando Gadivi, el “sueño español”
Hay innumerables historias de inmigrantes, cada una con sus propios dramas, lecciones de superación o incluso de fracaso y marginalización. Hay historias que han salido mal y otras que han salido bien. Una de estas es la historia de Orlando Gadivi.
Orlando llegó a España el 17 de abril de 2016, con 19 años, una maleta y 350 euros en el bolsillo, escapado de las penurias de su natal Venezuela. Sin papeles en regla, su situación en Madrid era extremadamente vulnerable. Después de un mes alojándose en casas de conocidos de su familia, el dinero comenzó a escasear rápidamente. Pasaba horas buscando ofertas de trabajo, pero las únicas que recibía eran de personas que querían que trabajara como «chico de compañía». Orlando terminó durmiendo en la calle, donde la desesperación y el frío eran sus únicos compañeros.
La suerte de Orlando cambió cuando, al responder a un anuncio para trabajar como niñera, una mujer le mencionó la posibilidad de solicitar asilo en España. Este fue un punto de inflexión. Desconocía el proceso, pero esta información fue el primer paso hacia la estabilidad.
Orlando pidió cita en la oficina de Asilo y Refugio del Ministerio del Interior, donde conoció a Nieves, su segundo ángel de la guarda. Ella le explicó cómo tramitar su caso y lo puso en contacto con la asociación La Merced de Migrantes. Gracias a esta organización, pudo acceder a una fase de protección que le proporcionó un lugar donde dormir, comida y transporte. Este apoyo institucional fue fundamental para que Orlando pudiera empezar a construir una vida más estable.
A los seis meses, consiguió su primer empleo en un McDonald’s en Barcelona. Durante los siguientes años, trabajó en diversos empleos y consiguió ahorrar dinero para abrir un pequeño local de comida venezolana en Barcelona en 2020.
El pequeño restaurante de arepas y cachapas tuvo un éxito inesperado, especialmente tras la pandemia. Orlando decidió arriesgarse y abrir otro local. Cuenta ahora (junio de 2024), con seis restaurantes en la península, factura más de un millón de euros al año y tiene 33 empleados, todos jóvenes y extranjeros, con quienes busca compartir su éxito y evitar que pasen por las mismas dificultades que él enfrentó.
Aunque la historia de Orlando está lejos de ser ‘típica’ y el mismo periódico que hizo un reportaje sobre él lo califica como milagro, sí permite sacar algunas conclusiones.
Oportunidad o amenaza
La primera conclusión es que, desde la perspectiva de los migrantes, emigrar puede ser una gran oportunidad, pero también una gran amenaza. La historia de Orlando, quien logró ser un emprendedor exitoso, pudo haber terminado de manera diferente si hubiera caído en las redes de prostitución y crimen organizado que a menudo explotan a los migrantes vulnerables.
Según un informe de 2020 de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), el 23% de las víctimas de trata a nivel mundial son explotadas sexualmente, y muchas de ellas son migrantes. Estas redes se enfocan en inmigrantes en situación precaria, especialmente aquellos sin estatus legal o recursos financieros. Los migrantes son susceptibles de caer en manos del crimen organizado debido a su vulnerabilidad. La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) señala que muchos son forzados a situaciones de explotación mediante amenazas, engaños o violencia. La falta de documentación y las barreras del idioma son explotadas por grupos criminales para atraparlos en ciclos de abuso.
En Europa, muchas víctimas de trata provienen de África, Asia y América Latina. En Estados Unidos, las redes de prostitución frecuentemente explotan a mujeres inmigrantes, atraídas con promesas de trabajo legítimo. En América Latina, la falta de políticas y recursos adecuados agrava estos problemas. El Informe Global de Desplazamiento Interno de 2023 reporta un aumento en migrantes y desplazados debido a crisis económicas, políticas y sociales.
En este último caso la situación es aún peor. La crisis en Venezuela ha provocado una migración masiva hacia muchos de los países de la región que no están acostumbrados ni preparados para acoger a un alto número de migrantes. Muchos venezolanos enfrentan explotación laboral y abuso debido a su estatus irregular en estos países, lo cual los hace aún más vulnerables que en otras regiones. Esta problemática también afecta a países como Honduras, El Salvador y Guatemala, donde la falta de oportunidades económicas y la violencia anima a muchos a migrar hacia Estados Unidos, exponiéndose a grupos criminales que controlan la peligrosa ruta hacia el norte. Sin embargo, los migrantes no son solo latinoamericanos; en los últimos años, regiones inhóspitas como el tapón del Darién, en la frontera entre Colombia y Panamá, se han convertido en un hub para las mafias de las migraciones, atrayendo a migrantes de todas partes del mundo que buscan seguir su camino hacia Estados Unidos.
Estos hallazgos subrayan la necesidad urgente de políticas integrales para proteger a los migrantes y combatir la explotación. Brindar asistencia y apoyo es esencial para reducir su vulnerabilidad ante la marginalidad, el crimen organizado y la trata de personas.
Una buena infraestructura social e institucional puede marcar la diferencia
La historia de Orlando destaca entre las de muchos inmigrantes porque logró acceder a una serie de estructuras, mecanismos e instituciones que lo ayudaron a evitar la marginalidad y le proporcionaron un apoyo esencial. Esta infraestructura social e institucional le permitió mitigar las inseguridades de la vida migrante y potenciar sus capacidades, facilitando no solo su éxito personal, sino también su contribución económica y social a la sociedad que lo acogió.
Esto puede relacionarse con el concepto de Infraestructuras para la Paz, que ha venido cobrando gran importancia en el campo de la prevención y resolución de conflictos. Las infraestructuras para la paz consisten en sistemas, recursos y procesos institucionales diseñados para prevenir conflictos, resolver disputas y promover la convivencia pacífica. Estas infraestructuras están destinadas a fomentar la estabilidad y cooperación en entornos post-conflicto, y de manera similar, los mecanismos robustos para la gestión migratoria pueden lograr estos objetivos en el contexto de la migración.
Las políticas migratorias efectivas deben crear puentes entre los migrantes y las oportunidades en la sociedad de acogida, al igual que las infraestructuras para la paz construyen puentes entre diferentes grupos sociales. Programas de capacitación y educación, orientación laboral y apoyo en adaptación cultural pueden empoderar a los migrantes, permitiéndoles contribuir positivamente al crecimiento económico y cultural del país receptor.
Además, la gestión migratoria efectiva requiere la colaboración de gobiernos, organizaciones no gubernamentales, comunidades locales y el sector privado, similar a cómo las infraestructuras para la paz involucran a las diversas partes interesadas. Esta colaboración puede prevenir la explotación y marginalización de los migrantes a través de la creación de redes de apoyo y coordinación.
Establecer un tejido social y organizacional sólido no solo proporciona a los migrantes las herramientas necesarias para superar desafíos, sino que también permite a las sociedades receptoras beneficiarse de una migración bien gestionada. La integración efectiva puede aumentar la diversidad, la innovación y el dinamismo económico, convirtiendo la migración de una amenaza potencial en una oportunidad estratégica. Al igual que las infraestructuras para la paz aseguran una convivencia armoniosa, las infraestructuras para la gestión migratoria deben garantizar que todos los miembros de la sociedad, incluidos los migrantes, puedan prosperar en un entorno seguro y equitativo.
Cambiar el paradigma de seguridad nacional por el de seguridad humana
Tradicionalmente, las migraciones se han gestionado desde una perspectiva de seguridad nacional, centrada en el control de fronteras, la vigilancia y la aplicación de leyes estrictas de inmigración. Este enfoque prioriza la protección del territorio y la soberanía estatal. Sin embargo, puede resultar insuficiente y contraproducente para abordar las complejidades del fenómeno migratorio en el contexto actual.
Un enfoque más amplio, basado en el concepto de seguridad humana, podría ser más efectivo para gestionar los riesgos asociados a las migraciones y capitalizar sus aspectos positivos. La seguridad humana implica analizar los riesgos desde la perspectiva de las personas, considerando lo que les genera inseguridad. Este enfoque coloca a las personas en el centro del análisis de seguridad y se orienta a que tanto migrantes como comunidades receptoras puedan vivir libres de miedo, necesidad e indignidad.
El primer paso para incorporar un enfoque de seguridad humana es identificar los factores que provocan inseguridad tanto en los migrantes como en las comunidades de acogida. Para los migrantes, estos factores pueden incluir amenazas como la explotación laboral y sexual, la discriminación, la violencia, la falta de acceso a servicios básicos y la inseguridad legal y económica. Para las comunidades receptoras, las amenazas pueden incluir tensiones sociales, presión sobre servicios públicos y la percepción de competencia por empleos y recursos.
Incorporar este enfoque en el trabajo de las fuerzas de seguridad del Estado puede contribuir a que estas no sean vistas por los migrantes como adversarios a evitar, sino como parte de un aparato institucional que puede brindarles protección, evitar su victimización y facilitar su integración. En ese sentido, instituciones como la policía y el ejército deberían incluir en la formación de sus equipos habilidades interculturales, técnicas de negociación, mediación, construcción de confianza y diálogo. Estas habilidades interpersonales pueden ser de gran utilidad para entender mejor los riesgos y amenazas de los migrantes y de las comunidades de acogida, y poder desarrollar estrategias adecuadas para responder ante ellos.
La seguridad humana no depende sólo de las fuerzas y cuerpos de seguridad. La gestión adecuada de las migraciones debe involucrar a múltiples actores, incluyendo agencias gubernamentales, organizaciones de la sociedad civil y el sector privado, para crear una red de apoyo integral. La participación activa de las comunidades locales y migrantes en la formulación y ejecución de políticas de integración es fundamental para promover la cohesión social y transformar la percepción de amenaza en una oportunidad.
Para transformar los desafíos de la migración en oportunidades, es esencial equipar a los migrantes con habilidades que faciliten su integración y les permitan contribuir de manera significativa a las sociedades receptoras. El dominio del idioma del país de acogida es fundamental, ya que facilita la comunicación y abre puertas a mejores oportunidades laborales. Además, la capacitación profesional, especialmente aquella que ofrece certificaciones reconocidas, ayuda a los migrantes a utilizar sus habilidades técnicas y experiencia previa, permitiéndoles ingresar a sectores como la salud, la construcción y la tecnología.
Además de las habilidades técnicas, es importante que los migrantes comprendan sus derechos laborales y la cultura del país receptor, lo que les ayuda a integrarse y a evitar la explotación. Las redes de apoyo y plataformas de networking facilitan la creación de conexiones entre migrantes y la población local, fomentando un sentido de comunidad y colaboración. Estos programas no solo benefician a los migrantes, sino que también enriquecen a las sociedades receptoras, promoviendo un entorno inclusivo donde todos puedan prosperar.
Migraciones y organismos regionales en el espacio trilateral
Por su propia naturaleza, las migraciones son un fenómeno transnacional que requiere de una respuesta coordinada entre varios estados. En ese sentido, las organizaciones regionales intergubernamentales pueden desempeñar un rol crucial en el desarrollo de una infraestructura que contribuya a una mejor gestión de los flujos migratorios. Mecanismos como las conferencias ministeriales sectoriales ofrecen un espacio para concertar políticas y acciones de cooperación regional. En el espacio trilateral, hay una oportunidad para fortalecer la cooperación entre las organizaciones regionales intergubernamentales, intercambiar experiencias y construir capacidades institucionales que contribuyan a una mejor gestión de los flujos migratorios desde una perspectiva de seguridad humana.
Sin duda, gestionar el reto de las migraciones requiere de una nueva concepción del multilateralismo, más abierto y capaz de incorporar las perspectivas, intereses y contribuciones de una gran cantidad de actores que permitan dar respuesta a desafíos de carácter global como este. Las organizaciones regionales del espacio trilateral, como la Unión Europea, la Organización de Estados Americanos y la Secretaría General Iberoamericana, están bien posicionadas para articular un espacio de cooperación multi-actor que incluya no sólo a entidades gubernamentales, sino también a organizaciones de la sociedad civil y el sector privado. De esta forma, el multilateralismo regional puede hacer una contribución para promover el enfoque de seguridad humana en la protección e integración de los migrantes y en aliviar las inseguridades de las comunidades receptoras.
Un diálogo interregional enfocado en la gestión de migraciones podría ser una importante contribución para el desarrollo de esa infraestructura social necesaria para transformar este reto global en una oportunidad. La cooperación para el desarrollo de programas de capacitación que promuevan espacios de diálogo, formación en habilidades interculturales, capacidades profesionales y programas de emprendimiento para migrantes, por citar algunos ejemplos, podría ser una importante contribución del multilateralismo regional que no solo facilitaría el proceso de integración de los migrantes en sus países de acogida, sino que también sería útil para potenciar la contribución económica y social de los migrantes, promoviendo una narrativa diferente que favorezca la integración y no la confrontación.
Conclusión
La migración en el espacio trilateral de Europa, Estados Unidos y América Latina enfrenta desafíos complejos y ofrece numerosas oportunidades que demandan cooperación y estrategias integrales. Una infraestructura social robusta y bien desarrollada es crucial para gestionar de manera efectiva los flujos migratorios, adoptando un enfoque de seguridad centrado en las personas. Este enfoque prioriza las necesidades y preocupaciones de los migrantes y las comunidades receptoras, promoviendo un entorno seguro y estable.
La colaboración entre gobiernos, organizaciones de la sociedad civil y el sector privado es fundamental para abordar los retos migratorios de manera sostenible. Un multilateralismo renovado y abierto a diversas perspectivas puede facilitar esta cooperación, permitiendo el intercambio de experiencias y la construcción de capacidades institucionales. Esta colaboración puede ayudar a prevenir conflictos y marginalización, transformando la migración en un motor de desarrollo y cohesión social.
La cooperación interregional y el diálogo continuo son esenciales para crear políticas y acciones conjuntas que promuevan la integración y protección de los migrantes. Programas de capacitación, formación en habilidades interculturales, y apoyo al emprendimiento para migrantes son ejemplos de cómo esta colaboración puede ser implementada. Estos programas no solo benefician a los migrantes al facilitar su integración y mejorar sus oportunidades, sino que también enriquecen a las sociedades receptoras, promoviendo la diversidad, la innovación y el crecimiento económico.
En resumen, la migración puede convertirse en una fuerza positiva si se gestionan adecuadamente sus desafíos y se aprovechan sus oportunidades. Una infraestructura social robusta, una colaboración efectiva entre diversos actores y un enfoque de seguridad centrado en las personas son elementos clave para lograr este objetivo. Transformar la migración en un motor de desarrollo y cohesión social es no sólo un deseo sino una necesidad. Un multilateralismo regional más abierto y participativo puede contribuir a crear una visión compartida que promueva la inclusión y evite la marginalización, asegurando así un futuro más seguro y próspero para todos.