Vivimos tiempos de profunda incertidumbre, una era de grandes turbulencias y una crisis multidimensional que va desde la crisis climática hasta el debilitamiento del derecho internacional. Las desigualdades estructurales, los retrocesos democráticos, los flujos migratorios forzados, la inseguridad alimentaria conforman un escenario global cada vez más frágil.
Frente a este panorama, urge replantear los fundamentos de la cooperación internacional y la arquitectura financiera que la sostiene. La brecha anual de financiación para alcanzar los ODS se estima en aproximadamente 4,2 billones de dólares anuales, de los cuales 3,9 billones corresponden a países en desarrollo. Pero el desafío va más allá de cerrar esta brecha. Se requiere avanzar hacia una reforma estructural del sistema financiero global. Esta transformación implica reorientar los flujos financieros para que respondan verdaderamente a las necesidades humanas y del planeta. En este contexto, la perspectiva de género no es un tema adicional ni complementario, sino un factor transversal imprescindible para garantizar una financiación al desarrollo eficaz, justa y sostenible.
Estamos viviendo una reconfiguración del orden global que profundiza la multipolaridad. Sin embargo, esta multipolaridad aún no está acompañada de las estructuras institucionales y políticas necesarias para sostenerla ni procesarla en los espacios multilaterales de toma de decisiones. En efecto, nos encontramos en un mundo multipolar con instituciones multilaterales debilitadas y mecanismos de gobernanza obsoletos e ineficaces. Esta erosión del multilateralismo no solo compromete el funcionamiento de la ONU, su institución central, sino que también socava el papel de la sociedad civil y limita la participación ciudadana en los procesos globales de toma de decisiones, reduciendo así su influencia en la construcción de soluciones colectivas.
Paralelamente, la reducción de la ayuda oficial al desarrollo, con un descenso proyectado entre el 35% y el 40% en 2025, agrava aún más esta situación al disminuir directamente la disponibilidad de recursos esenciales para servicios fundamentales como salud, educación y nutrición en países vulnerables. Según datos del Barcelona Institute for Global Health, esta reducción impactará directamente a 14 millones de personas, particularmente en ámbitos de salud y nutrición.
Mientras tanto, la desigualdad socioeconómica sigue en aumento, agravando las condiciones de pobreza y exclusión para millones de personas alrededor del mundo, especialmente en países en vías de desarrollo. A esta crisis se suma una creciente inseguridad alimentaria que afecta a regiones enteras, exacerbada por eventos climáticos cada vez más frecuentes y devastadores, como el calor extremo, las sequías, inundaciones y tormentas intensas, que destruyen cosechas, medios de vida, infraestructura y desestabilizan las economías locales. Además, existen más de 100 conflictos activos actualmente, desde guerras civiles hasta disputas fronterizas, que no solo causan un enorme sufrimiento humano, sino que también generan desplazamientos masivos y crean aún más presión sobre un sistema financiero global ya sobrecargado.
Gobernar la interdependencia en tiempos de polarización
El principal desafío que enfrentamos hoy es cómo gobernar la interdependencia en un mundo profundamente conectado pero fragmentado. ¿Cómo proteger el interés nacional a través de la cooperación internacional? Esto requiere instituciones eficaces, reglas justas y mecanismos funcionales que reflejen las realidades del siglo XXI. La contracción financiera global no ocurre en aislamiento: viene acompañada de reversiones en políticas públicas que deshacen logros clave en desarrollo, debilitando aún más un ecosistema global ya frágil. Estos recursos son esenciales para avanzar en compromisos internacionales colectivos y constituyen la base misma de la solidaridad global.
No se trata de una crisis de escasez, sino de una crisis de liderazgo, de responsabilidad, de prioridades y de decisión política. Cuando se reduce la financiación, también se reduce nuestra capacidad colectiva para enfrentar la pobreza, mejorar la salud, proteger el planeta y asegurar que nadie quede atrás. En última instancia, esta situación distópica cuestiona la esencia misma y la eficacia del multilateralismo.
La Cuarta Conferencia Internacional sobre Financiación para el Desarrollo en Sevilla es una oportunidad histórica para avanzar en la transformación de la arquitectura financiera global. El reto es que los Estados acuerden, entre otras cosas, asegurar que una cantidad significativa de ahorros mundiales, más de 30 billones de dólares, vaya a los países con bajos ingresos y comunidades vulnerables. Es fundamental priorizar que la inversión también llegue a mujeres y niñas de estos países. No solo es moralmente correcto, sino también eficaz. Financiar a mujeres y niñas es un requisito indispensable para lograr el desarrollo sostenible real.
Iberoamérica: desafíos compartidos y soluciones desde y para las mujeres
Iberoamérica refleja claramente estas tensiones globales. La región ha experimentado una caída generalizada en índices que miden el Estado de Derecho, según el Índice Global sobre el Estado de Derecho publicado en 2024. Además, informes recientes del Servicio Europeo de Acción Exterior han evidenciado un incremento significativo en la manipulación informativa, que afecta gravemente la confianza institucional y la cohesión social. Paralelamente, la Región de América Latina y el Caribe registra elevados niveles de desigualdad económica y social, acompañados por intensos patrones migratorios, con más de 20 millones de personas desplazadas tan solo durante el último año. Estos fenómenos combinados exigen respuestas contundentes y estratégicas por parte de los gobiernos y organismos regionales.
Destaca especialmente la situación de violencia contra las mujeres, con tasas alarmantes que exigen soluciones financieras y políticas específicas. Una mujer es asesinada cada diez minutos en América Latina, región en la que además una de cada diez mujeres vive en pobreza extrema. Esta violencia sistémica afecta profundamente el desarrollo económico y social de la región, creando ciclos de pobreza y exclusión difíciles de romper.
Para afrontar estos retos, es crucial incorporar la perspectiva de género como eje transversal en las políticas de financiación del desarrollo y de cooperación. Las mujeres no solo deben ser beneficiarias del progreso económico, sino actoras clave en la definición e implementación de soluciones.
Sin embargo, aún queda un largo camino. Actualmente, solo el 4% de la Ayuda Oficial al Desarrollo se dirige explícitamente hacia programas con objetivos principales de igualdad de género y solo el 3% de la financiación climática global beneficia directamente a proyectos liderados por mujeres. La brecha financiera global para empresas lideradas por mujeres alcanza los 1,7 billones de dólares. Según el Banco Mundial, 740 millones de mujeres aún no tienen acceso a cuentas bancarias, y cerca de 2.400 millones de mujeres carecen de igualdad de derechos económicos. La desigualdad en el acceso a Internet y a la alfabetización digital agrava estas disparidades.
Cerrar esta brecha es esencial, no solo por razones éticas, sino también por razones económicas prácticas. Se estima que cerrar la brecha de género en el acceso digital podría evitar pérdidas de hasta 500.000 millones de dólares en países de ingresos bajos y medios en cinco años. Asimismo, la exclusión de las mujeres del liderazgo económico y financiero limita la efectividad de las políticas climáticas y el desarrollo sostenible. Los estudios muestran consistentemente que cuando las mujeres lideran o están significativamente involucradas en la gestión económica y política, los resultados en desarrollo humano, equidad y estabilidad mejoran notablemente. Por ejemplo, un reciente estudio de la Secretaría General Iberoamericana estima que incrementar la participación femenina en puestos de liderazgo corporativo podría aumentar hasta en un 12% el PIB de la región.
La urgencia de actuar, el potencial transformador de la inversión en mujeres y niñas, y las oportunidades que ofrece la Conferencia de Sevilla nos obligan a traducir diagnósticos en propuestas concretas. En este sentido, a continuación propongo cuatro pilares fundamentales para integrar de forma efectiva la perspectiva de género en la arquitectura financiera del desarrollo.
Cuatro pilares para integrar el género en la financiación del desarrollo
Primero, reformar el sistema financiero internacional con perspectiva de género. Es urgente impulsar reformas estructurales que incorporen la igualdad de género como principio transversal en todo el sistema financiero global. Esto implica rediseñar, revitalizar y adaptar las instituciones internacionales, incluidos el sistema de Naciones Unidas y los organismos financieros multilaterales, para que sean más eficaces, transparentes y responsables. Reformar también significa construir corresponsabilidad, redistribuir el poder, y establecer una arquitectura financiera global verdaderamente intergeneracional y equitativa.
Además, es importante fortalecer la cooperación regional. Esta cooperación debe traducirse en mecanismos concretos, como acuerdos regionales en base a una agenda de mínimos que beneficie a la región y despolitice el derecho al desarrollo, la seguridad y la lucha contra todas las formas de exclusión y desigualdad. Estos instrumentos pueden facilitar la coordinación fiscal, armonizar marcos normativos con enfoque de género y adoptar medidas colectivas para ampliar el acceso de las mujeres al financiamiento y a la inversión pública. El apoyo, la cooperación regional, el intercambio de buenas prácticas sobre presupuestos sensibles al género, políticas de cuidado, inclusión financiera y mecanismos de seguimiento pueden acelerar los avances. Una cooperación regional efectiva requiere una voluntad política sostenida, una institucionalidad robusta y participación significativa de la sociedad civil, especialmente de organizaciones de mujeres.
Segundo, colocar a las mujeres en el centro de la toma de decisiones económicas y financieras. La representación femenina en las instituciones financieras internacionales sigue siendo insuficiente. Solo el 26% de los responsables de políticas en bancos centrales y ministerios de finanzas a nivel global son mujeres. Ninguna mujer ha dirigido el Banco Mundial. Esta subrepresentación limita gravemente la capacidad del sistema financiero para formular políticas que respondan de manera efectiva a las necesidades de toda la población. Las mujeres deben tener un rol activo en procesos clave como la reestructuración de la deuda, la fiscalidad y las reformas presupuestarias, áreas en las que sus perspectivas y experiencias aportan un valor diferencial y transformador.
A nivel internacional, las mujeres continúan estando subrepresentadas en los espacios clave de liderazgo. En el sistema de Naciones Unidas, la próxima presidenta de la Asamblea General será apenas la quinta mujer en ocupar ese cargo desde 1946, y la Secretaría General sigue sin haber sido ocupado por una mujer en 80 años de historia, como lo muestra el reciente informe de GWL Voices. En Iberoamérica, de los 22 países que conforman la región, solo tres están actualmente presididos por mujeres. Esta subrepresentación persistente de la mitad de la población mundial en los espacios donde se toman decisiones clave afecta directamente nuestra capacidad de garantizar cohesión social, igualdad y un Estado de derecho sólido. Incrementar la participación de mujeres en estos espacios de poder no es solo una cuestión de justicia, sino una condición indispensable para construir un sistema económico y político más eficaz, inclusivo y resiliente.
Tercero, es urgente abordar la crisis de la deuda. La deuda externa de los países en desarrollo ha aumentado un 240% desde 2008. Casi la mitad de la humanidad vive hoy en países que destinan más al servicio de su deuda que a educación o salud. Esta realidad exige respuestas integradas que aborden el nexo entre deuda, clima y desarrollo, incluyendo la integración de la vulnerabilidad climática en los análisis de sostenibilidad de la deuda y una transición de la gestión de crisis hacia la construcción de resiliencia a largo plazo. Iniciativas como la Debt Relief for a Green and Resilient Recovery ofrecen vías concretas para avanzar hacia una reestructuración integral de la deuda.
Sin embargo, la magnitud de las necesidades financieras requiere instituciones equipadas para responder. Los bancos multilaterales de desarrollo deben transformar sus métodos, reglas y gobernanza para ser más ágiles, inclusivos y mejor capitalizados. Según diversos análisis especializados, estas instituciones podrían liberar entre 300.000 y 500.000 millones de dólares anuales en financiamiento concesional hacia 2030. Esta transformación debe estar acompañada por una movilización más sólida de recursos domésticos y una mejor alineación de las finanzas privadas con incentivos inteligentes y estándares ambientales, sociales y de gobernanza robustos que garanticen el bienestar. Eventos como la Conferencia de Sevilla representan una oportunidad crítica para promover un sistema justo e inclusivo, que permita ampliar el espacio fiscal para servicios esenciales como educación, salud y protección social, beneficiando particularmente a mujeres y niñas.
Cuarto, transformar las narrativas del desarrollo hacia una visión centrada en el bienestar y la prevención. Es imprescindible superar una visión limitada basada exclusivamente en el PIB, adoptando métricas que consideren el bienestar humano, la salud del planeta y la equidad de género. Esto incluye promover inversiones en sistemas de cuidado y ampliar el acceso a protección social universal. Las mujeres desempeñan un rol crítico en sectores como el trabajo de cuidado, que aporta 10,8 billones de dólares anuales a la economía global, una cifra tres veces superior al sector tecnológico.
Además, las políticas de desarrollo deben incorporar enfoques preventivos que mitiguen riesgos y anticipen crisis, en lugar de limitarse a respuestas reactivas. Por ejemplo, una transición verde bien gestionada por sí sola podría generar decenas de millones de nuevos empleos decentes netos a nivel mundial para 2030. Invertir entre 10.000 y 15.000 millones de dólares anuales en preparación para pandemias podría ahorrar billones de dólares. Y nunca debemos perder de vista la responsabilidad intergeneracional: la inacción climática podría costarnos 40 billones de dólares al año para mediados de siglo. Colocar a las mujeres como protagonistas de este nuevo paradigma de desarrollo fortalece la sostenibilidad a largo plazo de nuestras sociedades y economías.
Hacia un futuro compartido
La inversión en mujeres y niñas no solo potencia el desarrollo económico y social, sino que también es una decisión inteligente con beneficios comprobados. Se estima que cerrar la brecha global de género podría incrementar el PIB mundial en más de un 20%.
Frente a la inacción, los costos son altos: desde pérdidas humanas y económicas hasta retrocesos en los derechos y libertades alcanzados. Al contrario, un financiamiento inclusivo orientado al género ofrece retornos significativos en la reducción de la pobreza, mejora en resultados educativos y sanitarios, y mayor resiliencia ante crisis climáticas. En este camino, la inclusión del género no es solo necesaria, sino vital para garantizar un desarrollo verdaderamente sostenible, justo y equitativo para toda Iberoamérica.
Como bien afirmó Henry Morgenthau Jr., secretario del Tesoro de Estados Unidos y jefe de la delegación estadounidense en la Conferencia de Bretton Woods en 1944: “La mejor manera de defender el interés nacional es a través de la cooperación internacional”. Esta afirmación tiene especial relevancia hoy, cuando las crisis múltiples exigen respuestas multilaterales sólidas y comprometidas con la equidad. Reinventar nuestras economías y estructuras de gobernanza para hacerlas más sostenibles, más inclusivas y más justas requiere reconocer que las mujeres y las niñas deben participar plenamente y de forma efectiva en todas las esferas de la acción climática, el diseño de políticas públicas y la toma de decisiones financieras a todos los niveles. En este camino, la inclusión del género no es solo necesaria, sino vital para garantizar un desarrollo verdaderamente sostenible, justo y equitativo para toda Iberoamérica y el mundo.
Sevilla es la oportunidad para restaurar la confianza entre el mundo industrializado y la gran Mayoría Global. Es la oportunidad para demostrar que la acción colectiva es posible y que el multilateralismo está más vivo que nunca.